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La Renga actuó el sábado y anoche en la cancha de Vélez
El rock ya no juega con fuego
Sin bengalas ni cohetes, el rocanrol volvió
a tener su gran fiesta en un estadio. La banda de Mataderos desplegó
su habitual energía, homenajeó a Pappo y a los pibes de
Cromañón.
"Gracias
chicos por no tirar bengalas ni cohetes. Chizzo dijo casi
una gran verdad: a ninguna de las 40 mil personas que poblaron la cancha
de Vélez para ver el retorno de La Renga a los grandes estadios
se le ocurrió jugar con fuego, a excepción de algún
fan desfasado que lanzó un tres tiros al aire, ante la indiferencia
de un resto concientizado, distinto y prudente. El contraste entre este
recital que prosiguió ayer y el último fue notable,
evidente y también algo extraño: aquel 4 de diciembre de
2004 en Huracán, poco antes de la tragedia, el cielo de Parque
Patricios parecía perderse entre colores fuertes y vivaces: había
sido algo así como la apoteosis bengalera del rock argentino. El
sábado, en cambio, el cielo de Liniers se divisó claro toda
la noche, sin colores ni humos de artificio, sólo con nubarrones
púrpuras. Los músicos eran los mismos; los hinchas, claro,
los mismos de siempre, pero algo había cambiado sin retorno. Ven
esta guitarra gritó Chizzo antes de encarar Panic Show,
esta guitarra me la dio el padre de uno de los desaparecidos en Cromañón;
le decían Terco. Con la guitarra verde y un poco desvencijada
del malogrado fan de Callejeros, el cantante, con voz cada vez más
grave y rústica, pudrió a lo más aquel tema de La
esquina del infinito para homenajear por extensión a todas las
víctimas.
Con gestos de este tenor y la feliz resignación de no retrotraer
el estado de cosas a la era pre-Cromañón, el trío
se las ingenió para mantener la fidelidad de los suyos, acostumbrados
a otro ritual pero convencidos de lo inconveniente del mismo. No hubo
que lamentar nostálgicos pirotécnicos, el boca a boca volvió
a funcionar a la perfección y la banda concretó su principal
fin sin sobresaltos: darles una oportunidad a bandas que no pueden tocar
por falta de lugares. Desde las 14 algo que se repetía ayer
con distintos nombres pero con el mismo espíritu tuvieron
su oportunidad seis bandas under Fisurad2, Qacelga? y Santuca,
entre ellas con hambre de mostrarse.
La Renga subió a escena una hora después de lo previsto
a las 19, arrancó con Detonador de sueños y
resolvió el set en casi tres horas y 32 temas demoledores por mayoría.
Más allá de las alusiones directas o indirectas a Cromañón,
dos matices adicionales agregaron originalidad al show: una heterodoxa
conmemoración patria vinculada con el Día de la Independencia
y un estreno en vivo Viva Pappo ejecutado dos veces, una con
el guitarrista de Santuca y otra con la intervención de Luciano
Napolitano, hijo del creador de Malas compañías. No
tengo más que agradecimiento, expresó Luciano, en
sintonía con el otro invitado de la noche: Ely, de Los Gardelitos,
que también perdió a su padre rockero.
El minuto patrio había pasado mucho antes, sustentado por una popular
habitada por minúsculas banderas celestes y blancas y la multitud
que una y otra vez repitió viejas consignas antiimperialistas:
y ya lo ve / el que no salta es un inglés. Chizzo alzó
la guitarra, esperó que inflaran dos serpientes al fondo del escenario
y anticipó una poderosísima versión de Vende patria
clon. No estuvimos practicando el Himno como algunos sugirieron
por ahí; tomamos un tema del arcón de La Renga para referirnos
a esta fecha. El batallador himno rocanrolero grabado en el disco
de la estrella (La Renga, 1998), remozado para la ocasión con interesantes
arreglos de vientos al mando de Chiflo y Manu, cayó justo para
conmemorar el 9 de Julio con tacto popular y sin rollos ilustrados.
Algunas dificultades de sonido en las primeras canciones; cierta rabieta
de Chizzo cuando al arrancar Cuándo Vendrán alguien del
público arrojó una zapatilla; Tete tocando sentado, parado,
acostado y corriendo todo el tiempo, y Tanque, a quien el fan le perdona,
por entrega, potencia y pasión algún destiempo eventual
como el que el sábado mostró en Veneno. Pero lo más
normal de todo fue el vigor de los clásicos, esos que, comolos
buenos vinos, cuanto más añejos más placenteros.
La conmoción que generan, por caso, Hablando de la libertad o Voy
a bailar a la nave del olvido, garantizan la vigencia del feeling entre
banda y público al menos de acá a varios años...
un feeling innegablemente popular y genuino.
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