La banda que lidera Gustavo Chizzo Nápoli
copó el palacio Tomás Adolfo Ducó con cincuenta mil almas
en el recital de rock más convocante del año y con una puesta
en escena arrasadora. Dentro del show que duró tres horas, las canciones
más viejas le dieron un toque de intimidad a la noche,
como lo resumió desde el escenario el vocalista del grupo. Crónica
de una jornada a puro rocanrol en la Quema.
Lionel Azpeitía y Julio Rodríguez/ El eslabón.org.ar
– “¿Qué bondi nos deja
cerca de la cancha de Huracán?”. Con este interrogante los dos enviados especiales
de el eslabón al recital
de rock con mayor venta de entradas de 2004 –50 mil tickets volaron en la
previa–, arremetieron contra un quiosquero en la avenida Pueyrredón de Capital
Federal.
– “El 118. Te lo tomás
a mitad de cuadra” –afirmó amablemente el señor del local.
La tarde porteña se
anunciaba calurosa y soleada. Desde varios puntos de la ciudad, se dejaban
ver remeras negras con inscripciones de La Renga, Sumo y Los Redondos, pero
también de Iron Maiden, AC/DC o Metallica. Todas confluirían en Parque Patricios.
Ya desde arriba del colectivo
y cruzando Plaza Once, vimos numerosas columnas rengas peregrinando a la cancha
del Globo. Con banderas de palo en una mano y el infaltable tetra en la otra,
los fanáticos entonaban cánticos donde mataban a un rati
para vengar a Walter y donde Luca no se moría e imploraban por el pronto deceso
de Gustavo Cerati.
– “¿Dónde podremos pegar
un tinto?”, preguntó uno de los enviados de este medio en la extensa avenida
Jujuy con el estadio quemero de fondo. La prohibición de venta de bebidas
alcohólicas era total. Todos los kiosquitos o almacenes sólo vendían gaseosas
o agua. Sobre la arteria principal de ingreso, una mujer de unos sesenta años
gritaba a los cuatro vientos “¡A la latita, a la latita de Coca Cola!”. Un
señor pasó a su lado con una heladerita bajo el hombro y se cargaron entre
ellos. “Ahora me voy a hacer una buena venta”, le dijo a las apuradas.
– “Señora. ¿Quién nos
puede vender una birrita, un vinito?”, fue la pregunta insistente de uno de
los enviados de este medio.
– “Pedile, pedile al
buen hombre... ¡Dale que se te escapa!”, respondió la doña. El buen hombre
era el quía de la heladerita bajo el hombro. Su tonada era una mezcla de cordobesa
con guaraní. De inmediato sacó dos latas de Quilmes. “Dos pesitos y bien heladita”,
afirmó con una sonrisa desdentada.
“Aunque sea, tomemos
este porrón para no llegar ‘de cara’ al recital”, exigió uno de los cronistas.
El primer llamado de
atención al llegar al estadio quemero fue el espectacular armado del escenario.
Un círculo enorme enclavado justamente en la mitad de cancha, de frente a
las cuatro tribunas, con un micrófono en cada punta. En las populares, la
banda de Pergamino ya había atado sus trapos de Douglas Haig en lo más alto
de la visitante y mucha gente de otros lugares (Puerto Madryn, Mendoza, San
Francisco, Merlo, Laferrere, Florencio Varela o Tolosa) hacía lo mismo en
los pocos lugares que iban quedando.
La música de fondo matizaba
la espera (Led Zeppelin, Callejeros, AC/DC, Metallica y León Gieco), mientras
recorríamos el campo. En la platea local, el ex árbitro Luis Oliveto hablaba
por celular y saludaba a todo el mundo. El Flaco es un personaje del palo
y fue nota hace poquito de este periódico. Nuestro encuentro con él en el
recital fue emotivo y le dejamos dos periódicos, uno donde apareció su entrevista
y el otro el de la foto con la modelo Luciana Salazar.
El pogo más grande del
mundo, como lo definió el Indio Solari, tuvo su epicentro en el atardecer
quemero. Oleadas de carne se movían de un lado a otro mientras Ji,
ji, ji reventaba desde los parlantes. La fiesta estaba cerca.
Después de una hora
y media de espera (el recital estaba anunciado a las 20), La Renga salió a
la cancha. Millones de bombas de estruendo y bengalas iluminaron el cielo
de Parque Patricios. Gritos de locura ensordecieron las almas apenas el Chizzo
entonó las primeras estrofas de A tu
lado, el primer tema de la noche, que dice: “El
mundo sigue así, tan terrible y abrumado, que sentirme a tu lado me hará mucho
mejor”.
Luego siguieron las versiones arrolladoras de Tripa y corazón, Las cosas que hace y En el baldío, con las clásicas
corridas del bajista Tete por todo el escenario.
“Esta
es una noche de intimidad para todos nosotros, así que vamos a hacer un par
de canciones en el recuerdo”,
soltó don Nápoli desde arriba. La emoción caló hondo en el alma de uno de
los periodistas de el eslabón
al escuchar La nave del olvido,
El juicio del ganso, Triste
canción de amor o Buseca y vino
tinto, temas que lo vinculan afectivamente con su adolescencia plagada
de rocanrol rengo.
Para
evocar viejas influencias familiares del heavy metal, el otro enviado de este
medio festejó cuando se hicieron oír desde el escenario rengo El
twist del pibe, Estalla, La vida, las mismas calles
y Detonador de sueños. Un guiño
para los que fueron a buscar un rock más crudo y pesado, como los motoqueros
que estaban debajo de la platea.
El
momento épico de la noche fue cuando Míralos copó la parada y numerosos
encendedores y bengalas se dieron cita para cobijar y templar almas encendidas
de rock.
Mientras
los ayudantes de la Cruz Roja apostados en los costados del escenario, socorrían
al público sofocado de calor y otras yerbas, el recital continuaba con canciones
como A la carga mi rocanrol, Oportunidad oportuna y Noche vudú, con el público
descontrolado bailando y pogueando hasta morir.
La
juventud renguera desbordó de locura cuando sonó El Revelde, para luego dar
paso a los bises con tres rocanroles para quedarse afónico de tanto gritarlos:
Panic show, Somos los mismos de siempre
y Buseca y vino tinto.
El
único invitado de la noche fue Norberto Nappolitano para hacer acordes en
Hey, hey, my, my, un cover de Neil
Young. El Carpo descosió la viola y se ganó la ovación de todos al compás
del clásico “¡Olé, olé, olé, Pappo, Pappo!”.
La
fiesta llegó a su fin con el tema-himno rengo, Hablando de la libertad, donde
las sesenta mil personas retumbamos bien fuerte la frase “Morir queriendo ser libre”.
La
desconcentración fue masiva. Todas las avenidas cercanas al Tomás Ducó estaban
abarrotadas de rengos. Los vendedores ambulantes ofrecían pósters y remeras
del rocanrol del país y los puestitos no daban a vasto para despachar choripanes
y gaseosas. Atrás quedó un recital impactante, con tres horas al palo y también
con récord de público para una banda de rock nacional en este 2004.
La
madrugada nos encontró compartiendo charlas con los pibes de Carlos Tejedor
y esperando el colectivo 118 que nunca vino. Pero eso, no importó demasiado.
Lo que vale es la frase final que todavía retumba en nuestros oídos, porque
como dice La Renga en el cover de Young, “el
rock and roll no morirá jamás”•
Día:
Sábado 4 de diciembre de 2004.
Lugar:
Huracán.
Público:
50.000.
Músicos:
Chizzo (guitarra, voz), Tete (bajo, voz), Tanque (batería), Manu (armónica,
saxo), Chiflo (saxo, trompeta).
Invitado:
Norberto Pappo Napolitano (guitarra).
El personaje:
Luis Oliveto.
La frase:
“Este recital se hizo por el boca a boca. Gracias a todos ustedes por venir”
(Gustavo Chizzo Nápoli)
El trapo:
“Hay que volver si no se puede estar distante”, la banda de Luján.
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